Un samurái le pidió a su maestro que le explicara la diferencia entre el cielo y el infierno. Sin responderle, el maestro se puso a dirigirle gran cantidad de insultos. Furioso, el samurái desenvaino su sable para decapitarle.
-He aquí el infierno- dijo el maestro antes que el samurái pasara a la acción. El guerrero impresionado por la respuesta del maestro se calmo al instante y volvió a enfundar el sable.
Al hacer este último gesto, el maestro añadió: -He aquí el cielo.
Todo está en nuestro interior, lo sagrado y lo mundano, el acierto y el error, lo más hermoso y lo más sucio conviven todo el tiempo con nosotros. Si trabajamos con la intención de eliminar lo que no nos gusta de nosotros, creamos sin saberlo nuestro propio infierno. Perseguimos así un ideal fantástico.
Podemos decir que el gesto del samurai enfundado su espada es una señal de humildad y de profunda aceptación de la dualidad interior que hace sufrir al guerrero. Envainando las espadas de nuestros ángeles y nuestros demonios y tomándolos como son, dejamos sin argumento a una pelea inútil que nos hace sufrir y nos desgasta.
Jose Fco. Martínez